Cuando miras a menudo a través de una ventana con reja llega un momento en el que ya no percibes los barrotes. No nos incomoda para contemplar el paisaje, nos acostumbramos. Al menos yo.
Pero hoy he querido hacer una foto a través de mi ventana: a una palmera. Y claro ¡la reja!. Me encantan las palmeras y además, siempre me han acompañado. Cuando estudiaba en Sevilla vivía en el último piso del bloque y desde la ventana de mi habitación se veía una palmera, situé ahí mi mesa de estudio y al sentarme lo que tenía al frente era la copa de la palmera. Me acompañó durante toda mi carrera y siento mucha pena de no haberle hecho una fotografía para el recuerdo. Nunca pensé que la echaría tanto de menos.
Aunque aún más suerte tengo ahora que desde mi habitación de estudio en la que es hoy mi casa ¡veo palmeras!. Y varias, la más cercana, la más especial, es sólo una, claro.
Pero ha llegado el mal de las palmeras vestido de escarabajo y estaba yo aquí sentadita entre proyectos, mails, llamadas y follones varios cuando veo a dos señores fluorescentes con una sierra que suben a mi palmera: ¡no puede ser!, ¡ya están aquí y me la van a tirar!¡y no tengo foto!. Menos mal que el incidente me pillaba en casa, al menos ¡la foto!. Y entonces…la reja!, ¡Caramba!, ¡Pero si mi reja tenía candado!¡Mira que tengo suerte!. Bueno, esto no es mérito mío, si no de la anterior inquilina: Encarna, mi abuela.
Con el “caso” de Encarna paso a continuación. Pemitídme que os diga que además de foto, a mi palmera, a todas, sólo las han pelado y estoy contentísima de tenerlas frente a mí con nuevo look, pero conmigo. La visión desde la ventana no sería la misma: se apreciarían los barrotes, seguro.
Como os decía, mi reja no es fija, una de sus hojas se abre y es ahí dónde está el candado. Yo no uso esa opción de la reja, pero sé que Encarna la tenía por otros motivos: por si se incendiaba la casa y no se podía huir por la puerta. Claro, al tener rejas sería muy complicado otra opción. Y encargó la reja que se abre por si algún día había que tirarse por ahí. Mirándolo así es práctico, a pesar de que la casa cuenta con un balcón y otros ventanales sin reja.
Yo quiero pensar que era para comunicarse con la tienda que antes había en esa calle y poder subir las bolsas a modo de polea. Porque esto sí lo he visto hacer, pero la explicación que ella me dio de la reja en su momento es la que os cuento.
Fotografiar la palmera, utilizar el candado de la reja y recordar la figura de mi abuela ha sido todo uno.
Encarna era una mujer muy miedosa, recuerdo - ¡¿Cómo olvidarlo?!- que cuando me llevaba al colegio me contaba tantas atrocidades de cosas que podían pasarme que aún cuando voy por la calle sola muy abstraída y alguien me toca para saludarme, grito del susto.
Las historias de mi abuela te dejaban el corazón en un puño. Yo nunca entendí eso de: “si un desconocido te dice que le acompañes porque tu madre tiene las tripas en un canasto, tú no vayas”. Yo llegaba a casa y le preguntaba a mi madre que cómo se podían tener las tripas en un canasto.
Yo tengo una imagen mental de ese canasto. [Ruego se abstengan de psicoanalizarme].
Por suerte, nadie me dijo nunca aquellas palabras ya que yo hubiera estado más prevenida que ninguna otra niña que no supiera la técnica de las tripas en el canasto. ¿A que ahora encaja lo de la reja?.
Era igual de miedosa que de buena persona, así que os podéis imaginar que era una persona extraordinariamente buena, trabajadora y generosa con todo el mundo. No quisiera ni por asomo ensuciar la memoria de una mujer tan importante en mi vida.
Pero ese punto de tragicomedia de las historias de mi abuela, además de cómo catarsis, a mí me resultan especialmente interesantes.
Entre sus aficiones tenía hacer punto de cruz (también hacía punto “del diablo”) y leer-coleccionar aquel periódico de sucesos escabrosos llamado “El Caso”, sin duda la fuente bibliográfica de la que bebía para contarme esas historias. No se perdía ni uno, María, la kioskera de luto perenne, se lo guardaba y para no olvidarse que era el de Encarna le anotaba con bolígrafo en su ejemplar “Para la Mujer de El Caso”, yo creo que era la única que se lo encargaba por nuestra zona.
A veces se lo recogía mi madre, a la que el kiosko pillaba de camino a su trabajo. Un día se enteró de cómo la llamaba la kioskera y su entorno, ella era “La Hija de El Caso”.
Cuando se hizo una costumbre que lo recogiera mi madre ya venía escrito a bolígrafo en la portada del periódico “La Hija de El Caso”.
Aquel diario era como el cuarto milenio de los asesinatos, desapariciones y desgracias varias. Supongo que alimentaba la perversión de la congoja y el susto para mantener viva la negrura de esa España de luto que se vivía dentro y fuera del alma y que para algunos, algunas en este caso, no terminaba de pasar de largo.
Hace viento, mi palmera se mantiene firme mientras me observa riendo frente al ordenador.